"Atrás también quedaron sus uñas"... |
He vuelto a tener un poco abandonado mi blog pero, siempre, las circunstancias son las que obligan. A veces quieres abarcar mucho y no haces nada bien y otras veces, con muy poco de tiempo, lo consigues. Estoy dando forma y vida a una novela, continúo escribiendo relatos y, entremedias, intento corregir los que ya tengo escritos. Y este es el caso de DECRÉPITO, el cuento que espero que os guste después de haberlo corregido unas cuantas veces.
DECRÉPITO
Yo
vi a la mujer que cruzaba la calle. Llevaba una gabardina beige, pantalón negro
y zapatos de tacón. Melena castaña a la altura de los hombros. Su caminar era
altivo. Al cabo de un tiempo, algo se le cayó. Ni se dio la vuelta para ver lo
que era. Siguió caminando. Me acerqué y vi que era uno de sus pechos. No me dio
tiempo a cogerlo: desapareció bajo el suelo. Seguía andando sin parar y me
percaté de que su espalda estaba más encorvada que hacía un rato. Observando
sus pasos que, cada vez eran más cortos, me di cuenta de que se le volvió a
caer algo. Tampoco hizo nada. Seguía adelante. Fui a recoger lo que había en el
suelo : ¡¡era su melena!! Curiosamente, blanca. La cogí con cuidado pero, del
subsuelo emergió una mano de alquitrán y me la arrebató. No pude hacer nada más.
Solo seguir mirando a esa mujer que, ahora, caminaba descalza. Nunca giraba la
cabeza. Y tampoco lo hizo cuando, de
nuevo, algo se le volvió a caer. Sonó a decrépito: esparcidas por el suelo,
había muchas arrugas. Arrugas que gritaban, arrugas presas del tiempo. Sin
duda, eran de su cara. Apenas se diferenciaban de las grietas que decoraban el
pavimento. Quise cogerlas para devolvérselas pero cuando me agaché a por ellas,
el asfalto se las tragó. Levanté la vista hacia la mujer.
En cada pisada se la oía un desahogo. Atrás también
quedaron sus uñas y tiras de su piel. El otro lado de la calle estaba cada vez
más cerca. ¡¡Trece pasos!! Solo le quedaban trece pasos para llegar cuando se
le cayó el corazón. A ese lo distinguí enseguida ¡tan viscoso!... Patinaba por
el suelo. Aún latía. Me acerqué pero esta vez ni intenté cogerlo. Tenía
cicatrices por todos los lados. Algunas, sangrantes; otras llevaban escrito un
nombre propio. Al corazón le faltaba una parte y en su lugar, había un trozo de
mármol. No, a este no quise ni tocarlo. Quien sí lo cogió fue el malabarista
que estaba frente a los coches. Vi que de uno de sus bolsillos sacó otros dos
corazones y se puso a jugar con ellos. Los lanzaba al aire para ganarse unos
céntimos. Se le cayó el de la mujer. Le miré y algo le debieron decir mis ojos
porque riéndose, me contestó: ¡Total, más destrozado de lo que está!
Me giré rápido y busqué a la mujer. No la
encontré. Solo vi a un mendigo recoger del suelo una gabardina beige.