jueves, 20 de marzo de 2014

GASOLINA 98 SÚPER



















Ayer fue el Día del Padre. Así que esta historia se la dedico a mi Aita que, estoy segura, que allá donde se encuentre se partirá de risa porque tenía un humor especial y más cuando de "camiones y coches" se trataba. Las palabras malsonantes que aparecen eran necesarias jijiji... espero que disfrutéis un poco leyéndolo. Yo así lo hice al escribirlo.



                        GASOLINA 98 SÚPER


            Mi nombre es Vane pero en el barrio me conocen como “La Choni del volante”. Ya nací sobre cuatro ruedas. Mi viejo, que era camionero, me metió el gusanillo en el cuerpo. Flipaba cuando viajaba en su “búfalo”. Menudo pedazo bicho. Cuando era canija y no conseguía dormirme, me echaban unas gotitas de gasolina en la almohada. Era la hostia. El viejo me enseñó a cambiar las ruedas, a arreglar las averías más chungas…me hice experta mecánica. Soñaba con ser camionera; ponerme esas camisas de cuadros remangadas, pantalones de mahón y llevar colgado, en la cabina, un calendario de tíos en bolas. Un día un chavalín me llamó mentirosa en mi jeta cuando le dije que sabía conducir un camión. Tenía entonces 15 años. Menuda pedrada en la chola se llevó el mierda el niño. Cuando me saqué el carnet de conducir, mi profesor me repetía una y otra vez que me quitara ese palillo de la boca que llevaba todo el día pegado al labio. Yo le decía: ¡Profe!, es que me da confianza. Aprobé a la sexta. Los cabrones de los examinadores seguro que tenían contratados a todos los yayos para que salieran en ese momento. Tarde o temprano esas caderas se iban a romper de todas formas. Me salió un currele de cajera en el Simago. De puta madre. Al año ya había ahorrado para comprarme mi primer buga: un Ford Escort rojo, tres puertas, motor 1.1 y 90 cv. Yo sabía que era la envidia del barrio. Le puse un alerón trasero, un parachoques metalizado, las llantas rojas y una pegatina que ponía “amor de madre”. Traía un cassette muy normalito pero, años más tarde, mi novio me pilló uno más guapo. Ahí es donde mis colegas empezaron a llamarme “La Choni del volante”. Ponía a Los Chichos a toda leche: libre, libre quiero ser, quiero ser, quiero ser libre. A mi churri le gustaba Eisi Disi y Barón Rojo. Solía ir al taller de “El Drogas” para poner a punto el “forito”; así es como le llamaba con cariño. Yo misma era la que arreglaba las averías. Lo mismo cambiaba las bujías que la correa de distribución. O le hacía un paralelo y sustituía las pastillas de freno. Me ponía estar entre cables, grasas y motores de arranque.
Conocí a Jonathan “mi Yoni”, mi pavo, en un bareto del barrio. Cada uno estábamos con nuestros colegas y nos pillamos solo con mirarnos ¡qué subidón! Al mes ya nos estábamos yendo de finde a una casa que sus viejos tenían en Cuenca. Metimos las bolsas en el maletero, me senté al volante, bajé la ventanilla, apoyé el brazo izquierdo, me puse el palillo entre los dientes y arranqué. A la hora tenía el brazo derecho algo dolorido. Entre cambiar de cinta y darle la vuelta, girar el volante para adelantar a algún gilipollas, sobetear el muslo de mi churri y saludar a los conductores “con el corazón”, decidí parar en una gasolinera y, de paso, llenar el depósito. El gasolinero llegó antes de que yo saliera. Le dije que me lo llenara. En ese momento, “mi Yoni” tuvo un arrebato de pasión y me comió los morros. Me puso cachonda. Estuvimos magreándonos un poco. Cuando terminó el hombre, bajé la ventanilla y le pagué. Salimos de najas. Me había cobrado de menos, o eso pensé yo. A los quince minutos el “forito” empezó a renquear. Andaba a trompicones. Por el espejo retrovisor veía que, del tubo de escape, salía humo blanco. Mi chorvi se contuvo de soltar la parida de ¡¡A ver si es que tenemos Papa nuevo!! Simplemente le hubiera dado de hostias. El coche cada vez iba más despacio y, al final, tuve que parar en el arcén. Levanté el capó, con una mala leche, para ver lo que pasaba. Todo parecía estar bien pero aquello no funcionaba. Cuanto más intentaba arrancar más humo blanco salía. Mandé al “Yoni” a que buscara algún teléfono para llamar a la grúa. A las dos horas allí se presentó. Joder ¡cómo me rayé al ver cómo lo colocaban arriba! Enganchado con cadenas. Me metí en él. Pasaba de ir abajo con el gruero. Le dije al “Yoni” que se quedara con él. En medio del camino, salió volando la luz de emergencia de la grúa y chocó contra el parabrisas de mi “forito”. No llegó a hacerle nada. Ale ¡A tomar por culo! Llegamos a un taller. El de la grúa se dio cuenta de la luz y me preguntó si había visto algo ¡qué va, tronco! ¡Iba medio sobá!, le dije.. y me quedé tan ancha.
A la media hora me lo soltaron asín: “Si hubiera conducido durante más tiempo, su coche hubiera muerto. Ha echado gasóleo en vez de gasolina. Está todo invadido. Ha recorrido tubos e inyectores. Le ha dañado el carburador y el catalizador. Creemos que se puede salvar aunque deberá reparar todos los daños. Vaciaremos el depósito e intentaremos limpiar todos los conductos por los que ha pasado el gasóleo… la avería ha sido muy gorda. Señorita  ¿No sabía que este coche utiliza gasolina 98 súper!
            ¡La madre que le parió! A él y al de la gasolina. Y encima me llama señorita. Si no es por mi churri, le hubiera metido dos hostias y luego me hubiera ido a la gasolinera a trincar al otro pollo. Como ya era tarde cerraron el taller hasta el día siguiente. Nos tuvimos que quedar “velando” a “forito” en el motel que había a trescientos metros. Joder, había una “piluqui” en la habitación de al lado que no paró en toda la noche. Pim, pam,pim,pam. Es flipante cómo la gente sigue a lo suyo mientras una casi la palma de ver a su “forito” medio muerto. Consiguieron limpiarlo pero los daños ya estaban hechos. Nunca volvió a ser el mismo. Y me cagué en tós los muertos del gasolinero. Al “Yoni” le mandé a tomar por culo por haberme comido el morro en ese momento. Asín que aquí estoy en el bareto del “Pelos” tomándome unas birritas con mis colegas. Estoy deseando conducir mi nuevo GOLFete.








                                                                                                         

sábado, 1 de marzo de 2014

MICRORRELATO: SOPLA VIENTO DEL NORTE






















Si difícil es escribir un relato, más difícil es escribir un microrrelato. Aquí os dejo uno y espero que os guste...



                                      SOPLA VIENTO DEL NORTE

Con los primeros rayos del sol, la ola empezó a prepararse. Sabía que ese día era el elegido. Llevaba años esperando este momento. Siempre había salido acompañada de otras pero…ahora tenía que viajar ella sola. Sus primeros remolinos fueron imperceptibles. Se había propuesto llegar a su destino con toda la grandeza posible, con toda la fuerza que su hermano el mar le podría ofrecer. Se colocó su diadema de espuma y el vestido marino. Elevó su alma y comenzó a caminar sobre la superficie. Poco a poco fue creciendo ayudada por las corrientes marinas y por su gran amor, el viento. Se sabía bella de espaldas al horizonte. Durante unos instantes creyó perder fuerza; sintió un mareo pero, a lo lejos, vislumbró su destino final. Retomó sus energías y volvió a alzarse con majestuosidad. Toda su vida le habían estado preparando, como a las otras olas, para ese encuentro. Lo tenía todo calculado y se dejó llevar. Sintió el empuje de miles de gotas. El remolino cada vez era más grande, el bramido cada vez más profundo. Se iba sintiendo feliz, estaba siendo una ola auténtica: bella, fuerte, misteriosa… cien metros, solo estaba a cien metros de abrazar lo que, desde siempre, había anhelado. Ya estaba preparada para el último rugido, se elevó hasta el clímax. Su amado seguía con ella, la empujaba con fuerza pero cuando iba a romper en brazos de su destino sintió cómo él le arrebató sus instantes de felicidad…
         Entre los restos de espuma, en aquel acantilado, la ola aún llora la traición que le hizo su amor…